La manifestación del “marronage” como se conoce en Haití, o bien “cimarronaje” como se dice en español, es concretamente la huida de los esclavos negros a los fines de liberarse de las propiedades y de los colonos blancos que las explotaban, una resistencia para evadir el yugo del régimen esclavista que los llevó casi al exterminio en el “Nuevo Mundo”.
La jugada que acaban de hacer el Primer ministro Ariel Henry, sus acólitos y los nuevos aliados -enemigos del grupo de Moise- es lo que en buen haitiano se llama “marronage” en tiempos modernos cuyo fin es prolongar su poder más allá, oscurecer las huellas o evidencias del asesinato del presidente y crear las condiciones para cerrar el paso en las próximas elecciones a los partidarios del difunto.
El Parlamento, los diez senadores electos que aún quedan pero que no pueden legislar por falta de quórum y el Primer ministro, con precaria o ninguna legitimidad todos, coloca a la nación más pobre de occidente en el camino del desconcierto y sin una solución institucional con visos de legalidad.
Sindicado como dudoso, Henry asume la prematura sin contar con la legitimidad, pero antes que asumir un rol de mediador y de hacer esfuerzos en la búsqueda de una solución al vacío institucional, hace una alianza con los enemigos del malogrado presidente Moise, con la intención de aprobar una nueva Constitución, de la cual Henry tiene en sus manos un borrador, propuesta denunciada como “un traje a la medida” del nuevo poder hegemónico.
El llamado “marronage” de este sector consiste en que tiene intenciones ulteriores al quehacer específico de una transición, conforme con denuncias de sectores políticos y de la sociedad civil de Haití, pues la alianza coyuntural del Premier con el grupo anti Moise y sectores empresariales resentidos con el otrora poder busca borrar de la escena política cualquier vestigio tras la desaparición física del presidente.
Aunque el “marronage” o “cimarronaje” que realizaban los esclavos en América, y particularmente en La Española, fue un tipo de manifestación de resistencia legítima para romper las cadenas de la esclavitud, estamos frente a una interpretación caricaturesca en Haití del fenómeno desde el poder, pues constituye una sublevación al orden constitucional para generar más desbarajustes sin intención de propiciar una salida.
Mientras los autores intelectuales se difuminan entre la confusión y el “marronage” que llegó a estos tiempos distorsionado por ambiciones políticas y económicas, Haití navega como un barco a la deriva que no quiere ver la certeza del faro que ilumina el rumbo a puerto seguro, mientras sus ciudadanos huyen de su patria por no dejarse morir.
Lo primero que hizo el premier Henry, neocirujano de profesión, fue habilitar el quirófano, meter el bisturí para extirpar del gobierno a los elementos pro Moise que de acuerdo con las distintas voces del poder económico haitiano resentido constituyen la parte “putrefacta” dejada en el tren gubernamental por el asesinado mandatario.
Hecha la remoción de las figuras del desplazado gobierno, el Primer ministro designado por Moise tomó la previsión de prolongar por un año su mandato sin ningún sustento de legalidad, apoyado por sus nuevos aliados y la comunidad internacional, esta última aún aturdida por los acontecimientos.
Como un “marronage” se interpreta la acción tomada el pasado 14 de septiembre por el Primer ministro al destituir al fiscal de Puerto Príncipe Bed-Ford Claude porque este pidió que se le investigue en torno al crimen de Moise, específicamente para que de razón de las llamadas que hizo a uno de los testigos claves tras la muerte de Moise.
En una segunda orden emitida por el destituido fiscal pidió al director de Migración prohibir la salida de Haití al Primer ministro, al decir de él “por las graves presunciones de asesinato del presidente de la República”.
En otra disposición emitida por el fiscal Claude, este escribió: “Hay suficientes elementos comprometedores (…) para procesar a Henry y pedir su acusación directa”.
Lo que cualquier mentalidad preclara interpretaría como desafío a su honra, su integridad moral y una oportunidad para responder poniéndose a la orden de las autoridades, Henry refutó con un típico “marronage”, sublevándose contra una de las pocas autoridades legales que tenía el empobrecido país: el jefe de los fiscales.
Estas últimas manifestaciones indican hacia una sola dirección: una lucha de poder entre el Primer ministro y sus nuevos aliados contra el bando de los removidos del poder, intentando ponerle fuertes clavos no solo al ataúd de Jovenal Moise, sino a todo aquel que saque la mano en el movimiento político que lo llevó al poder. La extensión de las elecciones pretenden apagar el fuego de la ira por el magnicidio, la recomposición de otras fuerzas y crear las condiciones para congelar en la morgue lo que pueda quedar de Moise.
Haití, que produjo una de las revoluciones de mayor expresión de libertad y complejas en América, se sigue alejando de una herencia que podría ser más feliz para sus ciudadanos .
Aquellos “marronages” de la era colonial han devenido en actos de revueltas físicamente violentos que presenta como actores desde un simple ciudadano reivindicando el derecho más primario de comer, hasta el acto de un Primer ministro que maniobra para seguir en el poder más allá de lo justamente razonable.
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