Tras la retirada de las tropas rusas la semana pasada, Borodianka, una ciudad ucraniana en las afueras de Kiev, muestra los signos de la violencia, con edificios destruidos, ropa en los árboles o tanques quemados.
Un viaje por la carretera que atraviesa esta modesta ciudad ucraniana es ahora una procesión absurdamente siniestra.
Un edificio de apartamentos quedó ahuecado por una explosión, un colchón tiznado cuelga al aire libre. Un tanque quemado está parado en las entrañas de un edificio destruido. Hay juguetes tirados en la calle, demasiados para contarlos. Nada está donde debería y algunas casas simplemente ya no están.
La retirada rusa la semana pasada dejó huellas de la batalla librada para controlar Borodianka, 50 kilómetros al noroeste de Kiev, la capital ucraniana.
En la fangosa carretera central, Mykola Kazmyrenko empuja un carro de supermercado con paquetes de ayuda sin entender lo sucedido.
“Ni siquiera lo puedo mirar, me hace llorar”, comenta el hombre de 57 años. “La gente se quedó sin casa”.
La AFP no vio cadáveres en una breve visita a Borodianka, pero los habitantes dicen que muchos de sus vecinos murieron.
“Yo sé de cinco civiles que murieron”, comenta Rafik Azimov, de 58 años. “Pero no sabemos cuántos más quedan en los sótanos de los edificios después de los bombardeos”.
En la ciudad de Bucha, entre Borodianka y Kiev, la AFP observó el sábado 20 cadáveres en una sola calle. En el caso de Borodianka, aunque el costo humano no está claro, la devastación parece más importante.
La mayoría de las ventanas están rotas y los signos de la vida que bullía en el interior ahora resultan visibles desde fuera: una nevera con imanes, una alfombra oriental marrón colgada de un muro o cuchillos de cocina intactos.
En un edificio de apartamentos de nueve pisos, desaparecieron habitaciones enteras. Solo queda el papel pintado: marrón en el cuarto piso, azul en el quinto, dorado en el sexto.
Por un agujero del edificio se observa el cielo. Ahora estas casas son ladrillos en ruinas y metal retorcido, a merced del viento ucraniano.
Al caminar se oye el ruido de los cristales rotos y hay gatos maullando entre las ruinas. El césped de la glorieta situada en la entrada de la ciudad está quemado por las huellas de los tanques.
La telefonía móvil no funciona pero dos personas subieron a la parte alta de un bloque de apartamentos en busca de una señal.
Otros residentes se aventuran en las casas para sacar sus pertenencias. Pero es un riesgo, porque los equipos de desactivación de explosivos aún no han hecho su trabajo.
En la plaza central, el busto del poeta Tarás Shevchenko, un ícono de la cultura ucraniana, permanece en pie. Pero encima de la ceja y en la cabeza tiene dos agujeros de bala.
El verso inscrito abajo reza: “Ama a tu Ucrania, ámala. En los tiempos feroces y en el último de los momentos difíciles”.
“Atrocidades”
Valentyna Petrenko ha viajado desde un pueblo cercano para dar testimonio de lo ocurrido.
“Cuando llegaron los rusos se llevaron nuestros teléfonos móviles y saquearon nuestras casas. Intentamos comportarnos normalmente con ellos para no provocarlos”, dijo la mujer de 67 años.
“Un misil cayó en nuestro pueblo, mi casa quedó en ruinas”, dijo. “Los rusos cometieron atrocidades, muchas atrocidades”.
Volodymyr Nahornyi sale con su bicicleta de Borodianka pero debe abandonarla en un puente destruido, abriéndose paso entre las ruinas, ahora intransitables para los vehículos.
Al cruzar se encuentra con Petrenko y mira hacia el lugar por el que vino, la ciudad destruida.
“Todos los apartamentos fueron robados y vandalizados”, dijo. “Todo está en ruinas, todo dañado”. “Sepulté a seis personas. Muchas más están bajo las ruinas”.
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